Agosto en la piel

Todavía es  invierno, algo me invade por dentro, me acalora.Un cosquilleo debajo de los cachetes me inquieta, busco un espejo, mi rostro tiene un salpullido rojo, como  un volcán que en breve explotará. Sin embargo, dejo de acordarme y la imagen cambia. Blanca, transparente, una hoja de papel buscando la orilla de cualquier mar. Tiemblo, si este espejo sintiera lo que yo ahora, se desarmaría en pedazos lentos, silenciosos. 

Cuando voy a la playa, sólo consigo quemarme,  al tercer día me quedo inmóvil entre palmeras y sombras mientras los demás juegan,se dan chapuzones y juegan pelota. Observo las olas, pueden ser la de cualquier sitio, se mecen, a veces discretas, de vez en cuando toman fuerza y se sacuden hasta explotar, gritan para luego regresar a una calma y suavizar la arena. 

Un día, eso pasó conmigo, me volví líquido, igualito al agua salada. Tengo un testigo, pero dudo que lo ande contando, eso quedó entre nosotros,sería inútil contarlo, nadie lo entendería, no estoy tan segura que vuelva a pasar. 

Es febrero, a mi vienen las formas del verano, los sabores salados en los labios de cuando te das una zambullida en el mar y se sale corriendo para que ningún chico te vea el traje, porque hay que decirlo, a veces las telas son torpes y entonces uno presenta una radiografía llena de sugerencias al medio día. 

Me sonrojaba justo como ahora, pero no hay sol ni una arena agotadora. Hay sólo un eco de nuestra respiración múltiple, cóncava. Respiro, respiramos, en besos que nos ahogan, cuando venga agosto, será el puritito infierno. 



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